9/05/2020

Confinamiento externo, confinamiento interno

Carga COVID-19

Los estados emocionales en los que nos sitúa este confinamiento COVID-19 a veces pueden ser verdaderamente intensos, especialmente la ansiedad,…

Los estados emocionales en los que nos sitúa este confinamiento COVID-19 a veces pueden ser verdaderamente intensos, especialmente la ansiedad, la tristeza o la ira.

Muchos tratamos de contener las expresiones de todo ello ante los demás menos cercanos, especialmente amigos, conocidos, o compañeros de trabajo. En mi opinión, es un favor que les hacemos a los otros y a nosotros mismos, porque bastante tenemos ya como para generar más angustia sistémica de la que hay. Pero al final, irónicamente, casi todos pensamos, con preocupación, que el vecino lo está llevando mejor, y que uno debería estar así de bien como nos muestra el otro, sin distinguir lo que se expresa de lo que se siente realmente.

Con relación a estos estados emocionales intensos, es necesario comentar que el confinamiento COVID-19 actúa como las cargas de profundidad anti-submarinos*. El encierro y el aislamiento externos van descendiendo en nuestro interior psíquico hasta colisionar con nuestros confinamientos internos, con los que se confunde. Todo ello genera una explosión muy intensa que muchas veces nos sorprende y nos hace pensar que no es normal, que el vecino está mejor.

Cuando hablo de estos encierros internos me refiero, por ejemplo, a las limitaciones personales que nos imponemos cotidianamente: el racionalismo extremo, la búsqueda de la perfección, los juicios personales tan poco compasivos, la falta de fe en nosotros mismos. Estas limitaciones habitualmente las compensamos con actividades, actuaciones y relaciones sociales obsesivas. Por confinamiento interno también me refiero a la percepción de soledad existencial, de vacío de propósito, y de falta de fe en la vida. La soledad externa nos hace contactar con la soledad interna, pero son diferentes, no las confundamos.

Todos tenemos confinamientos internos, y la ausencia de estimulación social, de capacidad de acción, nos hace contactar con ellos; y en esta crisis Coronavirus, como nunca. Quizás una manera de sobrellevar esta bomba sea tomar conciencia de esta confusión; tomar nota, sin prisa, pero sin pausa, de nuestras tareas internas pendientes, aceptándolas.

Y que el vecino se ocupe de las suyas, sean las que sean.

*Nota: ¿no es curioso el parecido de una mina anti-submarina y el COVID-19?

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2/05/2020

Dilemas del desconfinamiento

Desconfinamiento

Para muchos y muchas, este desconfinamiento ya anunciado es -y nunca mejor dicho- agua de mayo. Es un enorme alivio…

Para muchos y muchas, este desconfinamiento ya anunciado es -y nunca mejor dicho- agua de mayo.

Es un enorme alivio para los niños pegados todo el día a sus tablets; para los padres que ya no saben cómo conciliar su trabajo con la atención constante de hijos a los que hay que entretener, educar, ayudar en el aluvión de tareas escolares, etc.; para las parejas muy mal avenidas que tienen ahora que pasar tanto tiempo juntos; para los que viven en habitaciones de 4×4 sin ventanas; para las personas que han sufrido duelos recientes y se les cae la ausencia del ser querido encima; para los que viven apartados de sus familias y no pueden estar con ellas; para los trabajadores online que ven cómo sus labores, lejos de disminuir, han aumentado de forma desorbitada…

Y quisiera detenerme un poco en esto, porque creo que es de relevancia tener en cuenta que las ventajas del teletrabajo son muchas, pero la exposición constante a pantallas genera agotamiento acumulativo. Por no hablar de que el sobretrabajo de empresas que tratan de evitar el hundimiento contrasta con la sobreactuación en otras compañías en las que el cierre o las pérdidas dramáticas no son una amenaza, pero sí lo es la pérdida de control de los empleados, o la angustia de la incertidumbre. Todo ello conlleva un aumento, en mi opinión, exagerado y absurdo de las reuniones virtuales y las tareas obsesivas. Y carga en exceso a una gente ya agotada por la propia pandemia.

Y todos estos damnificados por el encierro, entre otros muchos, contrastan con otra parte de la población que ha tenido la fortuna de encontrar en su casa un sitio de recogimiento, de introversión muchas veces añorada pero no tenida; de recuperación de la soledad, de la lectura, de la creación, del ejercicio físico y de la libertad para ser mucho menos sociales sin sentirse culpables.

Y aquí es donde viene el dilema para estas personas. ¿Cómo retornar a la normalidad externa sin verse inundados por la oleada de extraversión social que se avecina?

Porque somos seres de polaridades, y después de una polaridad de recogimiento interno, probablemente nos venga el otro movimiento del péndulo: las incesantes reuniones, las visitas, las fiestas, las salidas constantes al exterior; y con ello, los compromisos sociales queridos y “obligados”.

Estos días estoy oyendo también en algunas personas pertenecientes a este grupo de beneficiados por el encierro muchos miedos a la salida al exterior y a perder lo ganado este tiempo.

Así que, como siempre en psicología, la consciencia es lo primero: la consciencia de los riesgos que podemos correr en la salida, no sólo sanitarios, sino también psicológicos; y la preparación de lo que se nos viene encima con la socialización extrema. Habrá que practicar límites y, en algunos casos, no aceptar voluntariamente la libre salida, así como así.

Quiero decir con esto que, aunque las autoridades nos digan que ya tenemos derecho a salir al patio, igual también tenemos derecho, dentro de nuestras posibilidades, a decidir individualmente nuestra propia y personalísima velocidad de desconfinamiento; y derecho a hacerlo como personalísimamente nos convenga más, ¿no?

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28/04/2020

Caballos de la voluntad, 0, COVID-19, 1

Acción y voluntad

Los sueños, en general, son como jirones de nubes que se desvanecen cuando despertamos y volvemos a las rutinas diarias….

Los sueños, en general, son como jirones de nubes que se desvanecen cuando despertamos y volvemos a las rutinas diarias. Pero algunos se quedan para siempre, como si en el fondo supiéramos que los mensajes que esos sueños nos mandan son de capital importancia para nosotros; una visión de lo que de verdad importa.

Hace bastantes años, yo tuve uno de esos sueños que estos días he recordado mucho. Por no hacerlo demasiado extenso, diré que estaba andando un largo camino por una acera concurrida de Madrid, acompañada por un hermoso caballo blanco. El animal era increíblemente bello, pero muy inquieto. Yo lo tenía sujeto por una cuerda muy larga y elástica, para que pudiera trotar. Pero él pretendía constantemente salir disparado, esquivando gente entre la multitud.

Este confinamiento pone a prueba cada día nuestra capacidad para retener a nuestros preciosos Pura Sangre y acompasarlos a un ritmo muy diferente; mucho más lento que nuestras posibilidades, voluntades, racionalismos y deseos.

Cuando se es joven y se está sacando adelante una vida a fuerza de voluntad, acción y entendimiento, nada de esta retención tiene mucho sentido, ni para una misma, ni para lo que le rodea. Nos convertimos en guerreros y guerreras racionales, armados con nuestras espadas de planes, facilidad de palabra, actuación rápida y eficacia. El objetivo es sobrevivir y prosperar en un entorno, a veces hostil, y siempre exigente.

Pero a medida que se va madurando, la vida va pidiendo que la voluntad y la acción se vayan retirando, en favor de un planteamiento mucho más introspectivo y reflexivo. Es un difícil pero gran aprendizaje refrenar el caballo de la acción y de la voluntad, que a menudo se cree todopoderoso. Y es un ejercicio de aceptación, tempo y paciencia.

El confinamiento producido por el COVID-19 nos obliga todos los días a repasar esta lección; y todos los días, me parece a mí, la asignatura nos queda un poco para septiembre.

Me pregunto si una de las razones por las que haya tanto insomnio desatado, por ejemplo, no será que esos caballos, entrenados para carreras en hipódromos, golpean contra la puerta de la cuadra una y otra vez, intentando inútilmente echarla abajo y salir disparados. El ruido de los cascos resuena en nuestras cabezas en forma de planes, decisiones para tomar, acciones para emprender, errores que reparar, o problemas para resolver… Que quedan en muy poco tras una noche de insomnio y una jornada más de encierro.

En nuestras conversaciones durante el confinamiento, nos repetimos los unos a los otros “que no pase esto sin haber aprendido nada…”.

Retener los caballos de la acción y la voluntad quizás sea la lección más difícil e importante para muchos de nosotros. Puede que no haya suficiente tiempo para asimilarla del todo en este confinamiento; pero al menos podemos intentar darle un repaso fuerte y, así, aliviar un poco nuestro sufrimiento obsesivo.

Todas las actividades dirigidas a fomentar la reflexión y la calma pueden ayudarnos en este ejercicio: expresión creativa, expresión física, música, meditación, contemplación del arte, juegos, etc.…. Pero más allá del tipo de actividad, la cosa tiene que ver, sobre todo, con su objetivo y dónde nos coloca anímicamente. La perfección, la superación y el logro son parte de nuestros caballos racionales; así que, si los alimentamos durante nuestras actividades de confinamiento, de poco nos van a servir para hacer este cambio de actitud.

Los caballos Pura Sangre son muy bonitos, pero los koalas, también.

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27/04/2020

Los demonios odian los lápices de colores

Demonios y arte

La creación artística siempre ha tenido espacio para reflejar lo demoníaco. Desde Baal, hasta los diablos del infierno católico, pasando…

La creación artística siempre ha tenido espacio para reflejar lo demoníaco. Desde Baal, hasta los diablos del infierno católico, pasando por los monstruos devora-hombres, o el Frankenstein de Mary Shelley, o los vampiros o, actualmente, los zombis. Todos ellos y muchos otros más, en diferentes facetas, representan los demonios internos de los individuos, de toda una cultura, y de la Humanidad en su conjunto.

Porque, como Shakespeare dijo en La tempestad, “El infierno está vacío, y todos los demonios están aquí”.  Están en la Tierra, y, más concretamente, dentro de nosotros.

Así, la representación artística tiene la cualidad de hacer lo interno, externo. A través de estas representaciones, nuestras peores pesadillas de cada día se ven reflejadas en seres terroríficos y, por tanto, sacadas de nuestro interior para que veamos bien su forma. Cada época tiene sus propios monstruos, y también cada cultura. Y estos seres terroríficos nos muestran gráficamente esos demonios que nos ha tocado vivir.

Es tan potente este proceso que, en el propio momento de experimentar la presencia de esos seres: al leer, al contemplar un cuadro, al ver una película o una serie, sentimos miedo. Los niños temen a estos monstruos y creen que existen en la realidad externa. Nosotros, los adultos, somos conscientes de que los monstruos no existen… Y sin embargo también sentimos temor. Quizás porque, en el fondo de nuestra psique, estas recreaciones conectan con nuestros propios demonios; los verdaderos. Los demonios externos son metáforas de nuestros temores; de nuestra percepción de vulnerabilidad como seres humanos; de nuestras propias acusaciones, juicios y obsesiones.

Lo curioso, además, es que nuestros demonios internos llevan tanto tiempo en nuestro interior, que creemos que somos nosotros mismos los que nos hablamos a través de esas voces, esas imágenes, esas sensaciones.

Estos seres, sin embargo, son elementos psíquicos con una gran independencia y con vida propia. Tienen sus ideas y opiniones, muy diferentes a las que tiene nuestro yo consciente. Pero estos elementos gritan más fuerte y acaparan nuestra atención. Se han ido formando a lo largo de nuestra vida, como conglomerados de experiencias, conflictos y reflejos de la época en la que vivimos.

Cuando necesitamos exorcizar estos demonios, la propia expresión creativa es esencial. A través de ella, los sacamos fuera de nosotros, les damos forma, nos permitimos ver cómo son realmente, qué dicen, qué nos hacen sentir, y cuánto nos boicotean. No hace falta ser un artista para poder identificar y señalar a nuestros demonios. Esto no va de perfeccionismo artístico sino de expresión y de sacar fuera lo que está dentro.

Y a medida que lo vamos sacando gracias a nuestros lápices de colores, nuestra escritura, nuestra masilla de moldear, nuestros cantos, o nuestros bailes, los demonios van perdiendo la fuerza de lo oculto, de lo que se cuela a través de las tareas de nuestro día a día. Si somos capaces de captarlos y quitarles su camuflaje, comenzamos a tener claro quién es nuestro enemigo, y qué trucos usa para embaucarnos. Y los demonios van haciéndose más y más pequeños. Realmente odian los lápices de colores.

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