Los sueños, en general, son como jirones de nubes que se desvanecen cuando despertamos y volvemos a las rutinas diarias. Pero algunos se quedan para siempre, como si en el fondo supiéramos que los mensajes que esos sueños nos mandan son de capital importancia para nosotros; una visión de lo que de verdad importa.

Hace bastantes años, yo tuve uno de esos sueños que estos días he recordado mucho. Por no hacerlo demasiado extenso, diré que estaba andando un largo camino por una acera concurrida de Madrid, acompañada por un hermoso caballo blanco. El animal era increíblemente bello, pero muy inquieto. Yo lo tenía sujeto por una cuerda muy larga y elástica, para que pudiera trotar. Pero él pretendía constantemente salir disparado, esquivando gente entre la multitud.

Este confinamiento pone a prueba cada día nuestra capacidad para retener a nuestros preciosos Pura Sangre y acompasarlos a un ritmo muy diferente; mucho más lento que nuestras posibilidades, voluntades, racionalismos y deseos.

Cuando se es joven y se está sacando adelante una vida a fuerza de voluntad, acción y entendimiento, nada de esta retención tiene mucho sentido, ni para una misma, ni para lo que le rodea. Nos convertimos en guerreros y guerreras racionales, armados con nuestras espadas de planes, facilidad de palabra, actuación rápida y eficacia. El objetivo es sobrevivir y prosperar en un entorno, a veces hostil, y siempre exigente.

Pero a medida que se va madurando, la vida va pidiendo que la voluntad y la acción se vayan retirando, en favor de un planteamiento mucho más introspectivo y reflexivo. Es un difícil pero gran aprendizaje refrenar el caballo de la acción y de la voluntad, que a menudo se cree todopoderoso. Y es un ejercicio de aceptación, tempo y paciencia.

El confinamiento producido por el COVID-19 nos obliga todos los días a repasar esta lección; y todos los días, me parece a mí, la asignatura nos queda un poco para septiembre.

Me pregunto si una de las razones por las que haya tanto insomnio desatado, por ejemplo, no será que esos caballos, entrenados para carreras en hipódromos, golpean contra la puerta de la cuadra una y otra vez, intentando inútilmente echarla abajo y salir disparados. El ruido de los cascos resuena en nuestras cabezas en forma de planes, decisiones para tomar, acciones para emprender, errores que reparar, o problemas para resolver… Que quedan en muy poco tras una noche de insomnio y una jornada más de encierro.

En nuestras conversaciones durante el confinamiento, nos repetimos los unos a los otros “que no pase esto sin haber aprendido nada…”.

Retener los caballos de la acción y la voluntad quizás sea la lección más difícil e importante para muchos de nosotros. Puede que no haya suficiente tiempo para asimilarla del todo en este confinamiento; pero al menos podemos intentar darle un repaso fuerte y, así, aliviar un poco nuestro sufrimiento obsesivo.

Todas las actividades dirigidas a fomentar la reflexión y la calma pueden ayudarnos en este ejercicio: expresión creativa, expresión física, música, meditación, contemplación del arte, juegos, etc.…. Pero más allá del tipo de actividad, la cosa tiene que ver, sobre todo, con su objetivo y dónde nos coloca anímicamente. La perfección, la superación y el logro son parte de nuestros caballos racionales; así que, si los alimentamos durante nuestras actividades de confinamiento, de poco nos van a servir para hacer este cambio de actitud.

Los caballos Pura Sangre son muy bonitos, pero los koalas, también.